Walter me enseña una foto exactamente igual que la que me dio la madre de Paco. Mi padre y su sonrisa estúpida. Tan estúpida como sería esta historia en caso de que una vez más Jim o el narrador del asunto (o sea yo) se desmarcara con alguna tontería del tipo "deja de hacer el imbécil y devuélveme la foto", o "sí Walter, ya la hemos visto treinta veces". Pero resulta que la foto no es la misma, ni por asomo, pues en ésta mi padre, además de posar de forma completamente distinta, y cambiar de peso, peinado y color de pelo, es notablemente mayor que en la anterior, y ofrece una textura más propia de la actualidad que de, incluso, el año pasado. Es una foto reciente, y por el aspecto sanote que presenta el viejo, ha debido dejar de fumar hace tiempo (supongo que debido a la distancia kilométrica que separaba el estanco de su casa, y que tantos años le está llevando recorrer). Ahí lo tienen señores, la sonrisa del triunfador, de un Ulises que se quedara follando con las sirenas, si nos ponemos finos.
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- No lo rechacé, quieres prestar atención? Lo acepté. Busqué a Paco, llegué hasta él. Trabajaba en un bar gay de camarero y charlé un rato con él. Es mejor ganarse la confianza de los tipos que vas a ejecutar. Nadie va contigo en coche a un arrabal si no es porque confía en ti. Paco y yo nos tomamos unas copas en la barra. Me dijo que le gustaba, que le parecía encantador que un gay tuviera aire de matón. Me decía: "perro ladrador...".
Las cosas se están precipitando últimamente. El agente Mourenza, todo chulería y bofetaditas hace un par de semanas, es ahora uno de mis mejores amigos. El "alijo" de Biagra le ha venido estupendamente para quedar bien delante de sus jefes, y a mí me ha traído la absolución total. Si de algo tengo que responder, será de traición, pero eso tocará cuando estire la pata, y no creo que San Pedro sea un juez mucho más estricto que Mourenza y sus acólitos. Lo único que exigí a cambio de la delación fue que privaran a Marc del acceso al teléfono. Una cosa es que yo sea un cabrón y otra muy distinta es que me guste que me llamen para recordármelo. Según parece, el propio Mourenza se encargará de explicar a Marc cómo me cogieron con las manos en la masa mientras abría las cajas en el polígono industrial. Dudo mucho que Marc tenga tiempo para explicar que, en realidad, en el almacén había veinte cajas más de las que encontró la policía.
No hay mayores soledades que las que se ven juntas, como para comparar, y es justo en ese momento cuando el piano empieza a sonar en el Tartán 2. Conocía este sitio desde hace unos años, cuando Paco me trajo aquí por primera vez para enseñarme lo que él llamaba "la máquina del tiempo". Ahora Paco ya no está, y para empezar a obtener respuestas no me queda más remedio que utilizar la entrada para el concierto que me dejó como legado. Por muy mierda de legado que sea éste, no puedo evitar un impulso de violencia cuando el portero rompe la entrada en mis narices. "Vas a pasar o qué?" me pregunta atusándose el pinganillo en la oreja. Realmente, hay un motivo para que hasta ahora nunca haya tenido pistola o dinero. Tengo impulsos sociópatas demasiado claros como para que la justicia cósmica me recompesara con semejante poder. En cualquier caso, me parece excesivo perforarle el entrecejo al fulano por ser un poco impaciente. Tranquilo Clint, ya habrá tiempo. Tranquilo Jim, se te está yendo la cabeza. Si en lugar de pistola llevaras un tanque, hasta el aire te parecería indigno de tu grandeza. Ya sabéis lo que dicen, cuando uno habla todo el rato consigo mismo como si fuera otra persona, es mejor que lo encierren en un psiquiátrico. Vale, vamos allá.
Hasta que veo a Aleksandr, no me doy cuenta de que está cantando en ruso. Lo peor es que, aunque veo al ruso gay a unos pocos metros, prefiero quedarme escuchando a la cantante intentando averiguar lo que significan las palabras que pronuncia como si no fueran rusas. Como si Stalin mandara a la gente a Siberia cantando bossa nova. Embobado como estoy, no me extraña que sea el ruso quien se haya acercado a mí, me haya doblado un brazo como si fuera un muñeco articulado, y me haya empujado al baño. Otra vez la violación planea sobre mi cabeza. Al menos, en esta ocasión hay una voz agradable de fondo que me permitirá evadirme con mayor facilidad.
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